A propósito de terrorismo, vale la pena mencionar los atentados cometidos en Chile, sobre todo un ataque dinamitero contra una sede policial. Las acciones han sido reivindicadas por dos grupos urbanos de tendencia anarquista: uno se auto-denomina “Individualistas con tendencia a lo salvaje”, otro “Cómplices sediciosos, fracción por la venganza”, que justifica su accionar como una reacción contra el tratamiento dado a la comunidad mapuche y sus dirigentes.
Violencia social y no política es la que ha conmocionado a Brasil. En una cárcel de Altamira, en el norteño estado de Pará, un total de 57 reclusos murieron como consecuencia del enfrentamiento entre bandas rivales de delincuentes. No menos de 16 de los muertos fueron decapitados y sus cabezas fueron pateadas. La mayoría murió por asfixia causada por un incendio provocado en un pabellón que estaba cerrado. Aunque hay un componente de sectarismo regional entre detenidos de Rio de Janeiro, Sao Paulo y los estados del Norte, el trasfondo de la violencia parece estar ligado al control de las drogas, cuyo tránsito a través del Brasil ha aumentado durante los últimos años. Las bandas se disputan también la capacidad de reclutar jóvenes miembros que son teledirigidos desde las celdas. Conviene recordar que la sobrepoblación es un tema endémico en las cárceles de la región: en el caso de Altamira donde había espacio para 208 reclusos vivían hacinados 384. La paradoja de la violencia en Brasil es que el número total de asesinatos fuera de las cárceles ha descendido en 10% en el curso del último año. La violencia, en todas sus modalidades, es siempre la negación de la dignidad humana.
Las cosas como son