Las cosas como son
Primeras dosis de vacuna en suelo peruano

La llegada de las primeras dosis de vacunas y la inminencia de un programa nacional de vacunación deberían favorecer el inicio de una época diferente en nuestra vida pública, es decir en las instituciones, en las mentalidades y en la confianza en nosotros mismos.

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Llegó al país el primer lote de vacunas. Fuente: Foto: Presidencia

La llegada de las primeras dosis de vacunas y la inminencia de un programa nacional de vacunación deberían favorecer el inicio de una época diferente en nuestra vida pública, es decir en las instituciones, en las mentalidades y en la confianza en nosotros mismos. Hemos cometido muchos errores. “Hemos” quiere decir no solo los sucesivos gobiernos, sino también los partidos de oposición y diversos sectores de la sociedad civil de la que no han salido voces potentes que orienten, unifiquen y apacigüen. Al revés, hemos cedido ante la más nociva y la más recurrente de nuestras tentaciones: la de dividirnos y pelearnos teniendo al enemigo encima, lo que parte de atribuir todas las culpas al que ya detestábamos antes de que la pandemia diera motivos para enfrentamientos estériles. Nuestra población ha pagado con miles de muertos la falta de experiencia en negociaciones con empresas farmacéuticas en posición dominante, pero también la inestabilidad política y la lentitud del Estado. Lo que nos habrá servido es la buena relación que mantenemos con China y los miles de peruanos que se ofrecieron para participar en los experimentos organizados por Sinopharm.

En espera de cantidades mayores de dosis, nos toca ahora organizar la distribución de las vacunas en las 25 regiones y elaborar un padrón que nos permita actuar con orden, rapidez y justicia. La justicia comienza con la atribución de las prioridades, aunque nadie debería poner en duda que las primeras dosis deben ser aplicadas a quienes están en contacto diario con los infectados: los médicos, las enfermeras, el personal de limpieza y seguridad de los Centros de Salud. La historia de la pandemia en el Perú se contará según como termine la etapa a la que estamos entrando. ¿Seremos capaces de renunciar a reclamos parcializados, al espíritu de campanario y al ajuste de cuentas? No es el momento para descubrir que somos un país con excesiva burocracia ni para desatar nuevas querellas sobre el número y el destino de las vacunas que serán transportadas con el apoyo de las Fuerzas Armadas, factor de cohesión y de eficiencia. Que valga como metáfora una exigencia tecnológica y organizativa que se impone a todos: mantener la cadena de frío.

Lejos de toda forma de gusto por la auto-denigración, debemos recordar que tenemos muy buenas experiencias vacunando. La última, el 2006, año de elecciones y de alternancia política. Bajo la conducción de la misma ministra de Salud que está hoy en funciones, fuimos capaces de vacunar a veinte millones de peruanos en 45 días. Desde entonces nuestros niños ya no tienen que temer al sarampión y la rubeola que durante generaciones aceptábamos como un inevitable comportamiento de la naturaleza. Es cierto que esa campaña de vacunación no fue súbita y que conocíamos mejor esas enfermedades. Pero hoy somos un país con muchos más recursos económicos que hace quince años y con un porcentaje muy superior de científicos y médicos con altas especializaciones. Nada nos impide tener éxito en la vacunación y así compensar los malos resultados que hemos cosechado durante los últimos meses.

La pandemia no es solo una experiencia médica que se refleja en número de infectados, hospitalizados y muertos. Tampoco se reduce al grave impacto económico que ha aumentado el desempleo y la pobreza. Es también una experiencia humana que evidencia la vulnerabilidad y por eso mismo, la belleza de toda vida. Lo dice con particular sensibilidad el escritor Alonso Cueto en una entrevista concedida al Comercio: “La rutina de la que nos quejábamos antes es ahora un paraíso perdido… El virus nos ha enseñado a amar a los que no sabíamos que amábamos”.

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