Las cosas como son
Malas cifras y peores actitudes [COLUMNA]

Los fracasos de nuestro país, sobre todo si se traducen en muertes, deberían movilizar todas nuestras energías porque no queremos resignarnos y menos aún complacernos con el sufrimiento de otros, que podría ser el de nosotros mismos.

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Fuente: EFE

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El miércoles pasado, como consecuencia de una corrección de la contabilidad de fallecimientos en asilos de ancianos en Bélgica, el Perú pasó a ser el país con la más alta proporción de muertos en relación a su población. Exceptuando, es cierto, al enclave  de San Marino, en Italia. ¿Cómo hemos reaccionado, cada uno de nosotros, ante esta información? No se trata de la primera vez que tenemos algún record mundial negativo: los cinco últimos presidentes investigados por corrupción; la violencia terrorista iniciada en 1980; la hiperinflación del primer mandato de Alan García; los cientos de muertos en el Estado Nacional en 1964, etc. Sin duda, 852 muertos por cada millón de habitantes es una cifra contundente que se traduce en casos concretos, que nos conmueven de cerca. La diferencia es grande con los países que siguen al Perú y Bélgica, España con 620 por millón, Reino Unido con 610, Chile con 574, Estados Unidos con 554 y Brasil con 553.

Los fracasos de nuestro país, sobre todo si se traducen en muertes, deberían movilizar todas nuestras energías porque no queremos resignarnos y menos aún complacernos con el sufrimiento de otros, que podría ser el de nosotros mismos. La paradoja de la cifra es que se anuncia en momentos en que mejoran los indicadores de infectados y de muertos en nuestro país. Durante los últimos días Colombia, por ejemplo, ha tenido el doble de muertos y de infectados. Al fin y al cabo en el riguroso cuadro elaborado por Worldometers Covid, en la lista de los doce países con los peores indicadores figuran seis latinoamericanos: Brasil, Perú, Colombia, México, Chile y Argentina. Los otros seis están repartidos en todas las regiones del mundo, salvo Oceanía: América del Norte, Asia, Medio Oriente, Europa y África.

No hay por ahora explicaciones satisfactorias sobre los malos resultados de América Latina, puesto que hay gobiernos recalcitrantes como los de Brasil y México, y otros que tomaron medidas a tiempo y se guiaron por las recomendaciones de los mejores científicos. La historia de la pandemia se halla lejos de haber terminado y no podemos prever cuáles serán los balances finales. En el caso del Perú, tenemos cerca el ejemplo de Arequipa, donde un liderazgo eficaz y una buena articulación entre el Estado y el sector privado permitieron contener una crisis aguda que llevó a la saturación del sistema hospitalario. Y esto, pese a la actitud negacionista del cuestionado gobernador regional, Elmer Cáceres Llica.

El compromiso con la politica y la gestión pública requiere amor a nuestro país y para eso nada es mejor que la familiaridad con su historia. Mañana conmemoramos el nonagésimoprimer aniversario de la reincorporación de Tacna al Perú. Y el domingo, el aniversario de la muerte de Santa Rosa de Lima a los 31 años de edad. Enfrentados a la vorágine de las cifras y las pasiones políticas, vale la pena recordar parte de sus declaración ante el Tribunal de la Inquisición, en 1616: “Cuando me siento como fuera de mí en aquel torbellino deshecho de obscuridades y sombras, llorando, me hallo de repente restituida en brazos de mi amado Esposo... Siento unos impulsos ardientes de amor, como río o arroyo, que corre sin las prisiones del cauce que detiene su curso, con rápida y violenta corriente, buscando su descanso en la mar. Sopla luego apacible y fresca el aura de la gracia y comienza la tormenta gloriosa, adonde se anega el alma en aquel inmenso piélago de bondad y dulzura, y con transformaciones inefables se transforma en el Amado, deshaciéndose de sí y haciéndose una misma con Él”.

Mística, criolla y comprometida, el arzobispo de Lima está persuadido de que Santa Rosa no ha dicho todavía su última palabra.

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