Hoy día sabremos si el Congreso de la República es capaz de actuar a la altura de su responsabilidad ante la gravedad de nuestra circunstancia. Lo que se espera de él no es que vote en un sentido u otro, sino que lo haga tomando las precauciones necesarias y sin ceder a la precipitación que engendran las pasiones. Lo que está en debate es cómo y cuándo reformar nuestro sistema de pensiones, privado y público. Durante los últimos años se han multiplicado las voces que reprochan a las AFP haber venido funcionando de espaldas a las expectativas de sus afiliados. Se argumenta que los riesgos los han corrido los trabajadores que cotizan cada mes una parte de sus ingresos y no los administradores, cuyos ingresos no están sometidos a los vaivenes del mercado. Se dice también que el monto de las jubilaciones no suele corresponder con lo prometido.
El tema alimentó la cólera social que hace pocas semanas remeció la sociedad chilena. Ya el 2017 se había creado una comisión de reforma presidida por el entonces ministro Alfredo Thorne, pero las turbulencias de nuestra vida política le impidieron llegar a buen puerto. La paralización de la economía producida por el coronavirus ha conducido al gobierno a autorizar la entrega de una parte de los fondos a quienes no hayan venido cotizando, por hallarse desempleados durante los últimos meses. El presidente Vizcarra ha anunciado una reforma integral “dos o tres meses después de haber salido de la cuarentena”. La reforma de pensiones es en todos los países un desafío complejo, que requiere tomar en cuenta muchos aspectos. La prueba más reciente la da Francia, donde el presidente Macron se resignó la semana pasada a suspender su reforma, para la que había recurrido a una figura equivalente al voto de confianza. Macron quiso evitar una división en su país en momentos en que los muertos diarios se cuentan por centenas.
El presidente del Banco Central, Julio Velarde, ha explicado que las finanzas de una economía pequeña como la nuestra dependen de la confianza que despertemos en virtud de políticas fiscales coherentes y constantes, no sujetas a las aleatoriedades de la vida política. En momentos en que el plan de rescate es elogiado en el extranjero, nada parece más desafortunado que apurar una reforma que puede llevar a depreciar los bonos peruanos y en consecuencia nuestra moneda. El esfuerzo hecho durante décadas nos ha permitido contar con reservas, evitar la inflación y el déficit, y acceder a créditos con bajas tasas de interés. Todo eso puede verse fragilizado por un voto en sesión plenaria sin siquiera haber pasado previamente por la Comisión de Economía. No se trata de cifras abstractas ni de documentos escritos para especialistas. De la Economía depende que los trabajadores puedan cobrar, que no quiebren las empresas, que compremos equipos médicos y que dispongamos de medios para mejorar la educación de nuestros hijos. No se trata de defender intereses privados. Se trata de tomarse el tiempo de evaluar el impacto de una medida inspirada por el hartazgo y la cólera causados por años de dejadez.
Mientras tanto el Gobierno ha endurecido algunos aspectos del confinamiento. Desde hoy y hasta el próximo domingo 12, las mujeres podrán salir solo los martes, jueves y sábados, mientras que los hombres los lunes, miércoles y viernes. Nadie que no esté explícitamente autorizado por razones de trabajo podrá salir los domingos. Una vez más se trata de sacrificios que deben ser consentidos para limitar los contactos y reducir la tasa de contagio. Conviene terminar citando una sabia reflexión del psiquiatra Victor Frankl, sobreviviente del holocausto: “Si vives una situación bella, disfrútala. Si no es bella, trata de transformarla. Si no puedes transformarla, transfórmate tú”.
Las cosas como son