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Desde su creación por la Asamblea de la ONU durante los años setenta, el Día Internacional de la Mujer ha servido para poner el acento sobre una grave desigualdad que hemos heredado desde la más remota antigüedad: la desigualdad de género.
Aunque se trata de un fenómeno universal, en el caso del Perú tenemos rezagos de actitudes patriarcales contrarias a la ley y a la dignidad de las mujeres. Basta pensar en la persistencia de diferencias salariales, en la impunidad frente a maltratos y en la idea aún vigente del sometimiento que la mujer debe aceptar ante la voluntad de su pareja.
Es cierto que desde el Año Internacional de la Mujer en 1975 se ha ido desarrollando en la mayor parte de los países una conciencia de igualdad que se ha plasmado en leyes e instituciones.
En el Perú tenemos Fiscalías especializadas en la violencia contra mujeres, comisarías y casas de refugio para mujeres bajo riesgo de ser víctimas de feminicidio, que es una figura legal que hemos introducido a nuestro código penal. Tenemos cada vez más mujeres que destacan en todas las actividades, científicas y humanistas, civiles y militares, políticas y empresariales. Y sin embargo, el ministro de Educación se ha referido sin rubor a madres aimaras que manifestaban en Lima llevando a sus hijos como hacen en el campo.
El ministro Becerra afirmó que ni los animales se comportan como ellas y cuestionó que se les pueda llamar madres. ¿Alguien reaccionó en el gobierno? ¿La ministra de la Mujer fue capaz de manifestar su desacuerdo? El llamado de la Defensoría para que el ministro rectifique expresiones denigrantes ha quedado sin respuesta.
Y sus palabras contribuirán al descontento de los puneños y las dificultades para que se inicie ahí de la mejor manera el año escolar. La batalla por el respeto integral a las mujeres dista de haber sido ganada.
Las cosas como son
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