El día de hoy conmemoramos una festividad inca, cuyo origen el cronista Garcilaso de la Vega atribuyó a Pachacútec, el gran organizador del Imperio de los cuatro lados, llamado en lengua quechua Tahuantinsuyo. La ceremonia fue oficialmente prohibida en 1572 por el Virrey Toledo, por considerar que estaba asociada a creencias religiosas paganas, que la Inquisición se había propuesto extirpar. Desde 1944, un grupo de cusqueños obró para restablecer una celebración oficial, que tuviera carácter de fiesta popular y promoviese el orgullo de la antigua capital imperial. El nombre mismo del Imperio Inca, Los cuatro suyos, pone de relieve la necesidad de integrar poblaciones y regiones naturales diferenciadas. En su origen, la fiesta aspiraba a rendir homenaje al sol, que comienza a prolongar sus horas diarias de iluminación el 21 de junio, día del solsticio de invierno. La fecha que hemos adoptado corresponde a la creación del Día del Indio, que el presidente Leguía estableció el 24 de junio, día feriado consagrado a San Juan. Pocos países del mundo celebran una fiesta que haya sobrevivido a los sobresaltos de una larga y accidentada historia.
La celebración del año pasado contó con la participación del entonces presidente Francisco Sagasti, quien hizo un llamado a la unidad y definió a los enemigos comunes que debemos derrotar: el racismo, la intolerancia, la corrupción y la violencia. Esos enemigos han crecido durante los últimos doce meses y se han expresado en minas y carreteras bloqueadas, audios vergonzosos, prófugos de la justicia y agravamiento de la inseguridad ciudadana. En momentos de duda y pesimismo, hace bien valorar nuestra historia y admirar las realizaciones físicas e institucionales de nuestros ancestros, como Sacsayhuamán. Hemos sido y seguimos siendo capaces de vivir en una sociedad que esté a la altura de nuestra esperanza.
Las cosas como son