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Los terremotos son fenómenos naturales que siguen siendo impredecibles. Muchas civilizaciones de la Antigüedad lograron predecir eclipses y se atribuye a los Incas la capacidad de anticipar el fenómeno del Niño en base a la coloración de la concha spondylus, abundantemente aportada por los peregrinos que visitaban santuarios como el de Pachacamac. Lo que sí podemos hacer es estar preparados y reaccionar con eficacia después de producido un sismo. Estar preparados quiere decir no construir pueblos ni ciudades en lugares expuestos al derrumbe de montañas y al desborde de lagunas, tal y como seguimos haciendo. Los ciudadanos también podemos prepararnos conociendo los mejores espacios para ubicarnos durante un sismo y para evacuar, llegado el momento, lugares peligrosos. Respecto de la reacción, su eficacia depende de la organización del Estado, es decir la delegación de facultades y la coordinación entre los diferentes ministerios que participan en el rescate, el traslado y la acogida de las víctimas. Gobiernos regionales, gobiernos locales y decenas de entidades del Estado tienen que aportar lo suyo para evitar que haya más víctimas por el desorden que por las ondas sísmicas. Y peor aún, por la corrupción, es decir la toma de decisiones sobre inversiones en función de intereses venales de funcionarios y gobernantes. Por eso resulta particularmente chocante que se cometa irregularidades en la atribución de obras, como podría ser el caso en la licitación de un puente sobre el río Huallaga. Aunque haya afirmado que solo ha mantenido reuniones de carácter personal, es inaceptable que el presidente de la República se reúna, al margen de todo registro, con asesores y lobistas de empresas que se presentan a licitaciones públicas.
Las cosas como son
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