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Rara vez un día feriado habrá llegado en un momento más oportuno para observar con serenidad los desafíos de nuestro país e inspirarnos en valores expresados en un acontecimiento que amerita suspender el trabajo: el sacrificio de Miguel Grau. El Perú puede salir de un largo período de incertidumbre y división. Las fuerzas políticas pueden orientarse a un clima con menos polarización y más consensos. Por primera vez en los últimos meses, la moneda nacional se ha orientado al alza respecto a la divisa norteamericana. Y anoche, la selección peruana de fútbol nos ha ofrecido una gran victoria frente a su similar de Chile.
Grau representa de la manera más auténtica los valores que definen el heroísmo: el desprendimiento de intereses personales para vivir y morir encarnando algo más grande que su propia vida. El amor auténtico a los principios de nuestra República, su gente, sus instituciones y su Constitución. El respeto a las leyes de la guerra, que le permitió en las circunstancias más adversas reconocer la humanidad de sus enemigos. La renuncia a los privilegios de su calidad de diputado por Paita, para regresar a la vida militar y asumir el comando de un monitor capaz de ganar un tiempo que la clase política no supo aprovechar. Basta leer las cartas escritas a bordo del Huáscar, para reconocer la grandeza de un hombre, apegado a su familia, amando vivir, pero incapaz de ahorrarse los riesgos de una misión que poco a poco se volvió imposible. En momentos en que muchos pierden esperanza en nuestra capacidad de vivir y prosperar de manera apaciguada, Grau sigue vigente para recordarnos que somos una vieja nación que ha sabido reconstruirse después de sus peores caídas. El historiador Jorge Basadre lo dijo a su manera: “Así como del carbón sale el diamante, de la negrura de esta guerra sale Grau”.
Las cosas como son
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